sábado, 23 marzo 2013 23:45
Semana Santanacimiento de Jesúsvida de Nuestra SeñoraNuestra Señora Corredentoraflagelacióna los que no creen en los Mensajesaceptación del pecadoJesús SalvadorEl amor de DiosLa estancia de Jesús en la TierraHija mía, muchos no comprenden mi papel de Corredentora. Ni saben por qué es así.
Cuando acepté la llamada a ser la Madre de Dios, quedé vinculada a la Alianza de la Salvación de Dios para la humanidad.
Cuando di a luz a mi hijo, sentí el mismo amor que cualquier madre sentiría por su hijo. Este niño puro y hermoso era parte de mí, mi propia carne y sangre. Sin embargo, también era consciente de que no era un niño cualquiera. Su Espíritu entró en mi alma tan pronto como puse mis ojos en Él. Él y yo estábamos entrelazados como uno solo, donde yo sentía cada emoción, alegría, dolor y amor que corría a través de Él. También sabía que Él era Divino y que yo era, como tal, simplemente Su sirviente, aunque Él nunca me hizo sentir así.
Cuando era bebé, recostaba Su Divina Cabeza cerca de mi pecho y murmuraba palabras de Amor con tanta emoción que llenaba mi Corazón y yo sentía que iba a estallar de felicidad. Él, este pequeño hijo mío, se convirtió en todo por lo que yo vivía. Cada caricia me llenaba de una ternura y una alegría increíbles. Todos los que lo veían, incluso cuando era un bebé, me decían lo especial que era. Sus ojos penetrantes les conmovían el alma y muchos no sabían por qué.
Este vínculo especial entre mi amado Hijo y yo nunca podría romperse. Sabía que había nacido sólo para convertirme en Su Madre. Este papel era la única razón de mi ser.
Y así, a cada una de Sus necesidades yo respondía, y Él, con tanto Amor y Compasión, ponía todas mis necesidades antes que las Suyas. Sus deseos siempre fueron satisfechos por mí, Su Madre, Su humilde sierva.
Cuando no se creyó que era el Hijo del hombre, cuando proclamó la Verdad e hizo lo que Su Padre deseaba, lloré lágrimas amargas. Cómo me destrozó cuando tuve que presenciar Su persecución.
Soporté su dolor, no sólo como lo haría cualquier madre -si viera el dolor infligido a su hijo-, su dolor se convirtió en el mío, y el mío, en el suyo.
Le obligaron a caminar, con las manos atadas al frente y cuerdas alrededor de la cintura, lo que significaba que podía caminar - sólo arrastrando los pies, y poco a poco. Mientras arrojaban la cruz sobre su cuerpo desgarrado y destrozado, mi dolor era tan insoportable que me desmayaba continuamente.
Mi dolor no era sólo físico; mi pena atravesó mi Corazón y lo partió en dos. Hasta el día de hoy, mi Corazón está entrelazado con el de mi Hijo, y así, durante la Semana Santa, revivo de nuevo el dolor, el tormento y la persecución con mi Hijo.
Hijos, explicar el salvajismo infligido a mi Hijo os sería imposible de comprender; tan viciosa fue la flagelación. El cuerpo de mi Hijo fue despedazado.
No olvides nunca que Él era el Hijo del hombre, enviado para redimir a todas las almas de la tierra, incluidas las que hoy viven en el mundo. Murió en terrible agonía, para salvar a todos y cada uno de ustedes hoy. Su sufrimiento no terminó en el Calvario. Todavía será soportado, por Él, hasta el Gran Día de Su Segunda Venida.
Los que ignoran estas advertencias del Cielo son libres de hacerlo. No serán juzgados por este rechazo. Pero, a medida que se alejen más de la Verdad de estas revelaciones del Cielo, serán tentados a pecar. Los pecados con los que serán tentados, serán aquellos que ya no serán declarados pecado por aquellos enemigos en la Iglesia de mi Hijo en la tierra.
Gracias, hijos, por abrir vuestras mentes, vuestros corazones y vuestras almas a esta llamada del Cielo, enviada a vosotros por el Amor que Dios tiene por todos Sus hijos.
Tu querida Madre
Madre de la Salvación